ANCÓN
Ancón no es solo ese lugar histórico que los libros de textos escolares nos machacaban como el sitio donde se firmó el tratado que puso fin a la guerra con Chile. No es solo ese antiguo puerto. No es esa preciosa bahía de pescadores, venida a menos por los sucesivos estropicios ediles. Ancón no es el malecón interminable, con un diseño que semeja olas u ondas, vaivén y movimiento. Ancón es el recuerdo, es la canción y la fiesta. Es el luau y alguna cena en el Casino, cuando podemos ingresar. Ancón es -por supuesto- la anconeta, triciclo en el que te llevan a puro pedal, hombres fuertes y compactos, que te cobran 3 o 4 soles por tramo, dependiendo si vas hasta Playa Hermosa o San Francisco, último proyecto inmobiliario destinado para gente clase A, como me comentaría alguien, desfachatadamente, sacándome roncha. Es ese recorrido apretada cargando en tus piernas a tus hijos pequeños, con la brisa que te enfría y la luna que te sigue. Dribleando bicis y otras anconeta...