Miss Blanquita
Con mi mami viajé a Arequipa, Huancayo y Cajamarca. Me aburrí mucho porque estaba en la edad en la que todo aburre: no me gustaban los bailes folclóricos y menos, la comida típica… ¡cómo has cambiado, pelona! A Dios gracias, un poco de lectura, escritura y vida, me abrieron los ojos hacia un mundo inmenso y desconocido. Eso, también te lo debo, mami. Me diste una infancia feliz. Me enseñaste a corregir, a comprar verduras, a mirar al pobre, a leer, a ahorrar, a visitar museos, a ser un pulpo con los hijos, tú, cinco, yo cuatro. Me ganaste en eso, también. Te tengo cerca, pero no me puedes aconsejar. Antiguamente, de un grito, me hubieras dicho: “haz esto”, “no hagas aquello”. Me apena decir que no siempre te escuchaba. La vida tuvo que dar mil vueltas para entenderte. Quisiera tanto tener una conversación larga contigo. Quisiera que me cuentes de tus embarazos, de tu juventud brillante, de tus clases en San Marcos, de mi abuela. De tu salud inquebrantable....