Mano firme de algodón

En agosto nomás escribí casi despidiéndome de mi mami y hoy me arrepiento. Creo que me faltó fe. Me faltó, también, saber que ella es de acero mezclado con nogal. Que nunca se rindió cuando el aluvión de problemas le caía por encima. Que nadie tiene tanta fuerza, física y mental. Mi mami hoy, 21 de noviembre, cumple 97 años. Aunque todo el año la he “sentido” de 97, pues hoy, la siento de un siglo. 

Un siglo de luces: así titulé un post que escribí sobre otro cumpleaños tuyo. Tienes días buenos y otros, no tanto…aunque el hecho de despertar cada mañana debamos considerarlo como todo un logro, en estos tiempos de virus desconocidos. 

 En agosto estuviste muy mal. ¡Nos asustaste mucho! Hasta mandé venir a un sacerdote para que te imponga o imparta, no lo sé, los santos óleos. Creo que, si hubieses estado consciente, no lo hubieras permitido. No porque no fueses piadosa, porque siempre fuiste la que se ensuciaba los zapatos al momento de ayudar al prójimo y nada como eso, para sentirte cerca del Señor. Me hubieses dicho que estaba acelerando las cosas. Esa era una de tus frases. 

Recién me entero por mi hermana, que eras de las que se metían a todos los cursos posibles, en tiempos en que el Zoom era ciencia ficción. ¿Cómo hacías, mami, para multiplicarte por mil y cumplir con todo? Yo, me hago un mundo, me agobio y me canso, con cada paso que doy. ¿Por qué no me pasaste esa tremenda fuerza tuya?

 Hoy no sé cómo te encontraré cuando vaya después de clases con las flores de rigor, que casi no podrás ver, por esa incipiente neblina que cubre tus ojos. 

¡Siempre te encantaron las flores! Mi papi no te las mandaba, pero tú, las tenías en tu jardín. Te alegrabas con cada cucarda o gardenia. Hasta tuviste un rosal que soltó una que otra rosa paliducha y tú, ¡super feliz! Me arrepiento de no haber llevado mil flores a casa. Quiero inundarla con flores, hoy. Me parecen tan inútiles, cuando uno ya no está presente: obséquienlas en vida. Obedezcan en vida. Conversen con sus madres, todo lo que puedan, mientras puedan. Ahora solo toca lamentarme porque, aunque te tenga presente, no puedo preguntarte sobre tus  escritores favoritos con los que embelezabas a tus alumnas. Sé que me responderías por los clásicos españoles García Lorca, Bécquer o Machado, que ahora no se leen, pues le cedieron la posta a Irene Vallejo, por ejemplo, escritora de moda, con esta dedicatoria en su última obra “El infinito en un junco”, que ha hecho temblar mis cimientos gruesos: 

 A mi madre, mano firme de algodón. 

 Esa siempre fuiste tú, mami. 

 ¡Feliz cumpleaños, eterna Blanquita!