21 DE NOVIEMBRE

He escrito sobre tus últimos tres cumpleaños. ¿Hasta cuándo? espero que batas algún récord de longevidad y pases la barrera del siglo, mami. Hace unos días estuve en un desayuno con amigas. Encontramos ese horario más conveniente: más tiempo para nosotras y menos peligro que en los lonches nocturnos. Una de ellas comentó que en la actualidad mi generación tiene una preocupación en mente: “hijos”, adiviné. Seguí intentando “¿pareja?, ¿la casa?”. “¡No, Senescienta! Nuestras mamis”. 

 No me preocupa mi mami, pero no me malinterpreten. 

Sé que no le duele nada y no sufre. 

 Sé que está muy bien cuidada por Ruth, Fortunata y Jeanette, que se turnan toda la semana, para no dejarla un instante sola. 

 Sé que no se cae porque siempre ha caminado firme, sin atolondramientos y con mesura, como ha hecho todo en su vida. 

 Sé que no necesita más ciencia que la de su geriatra de cabecera, que le receta dos pastillas diarias. 

Sé que come de todo y que todo le gusta: desde un anticucho que, recién a los 96, muerde con dificultad, hasta el pellejito delicioso del pollo a la brasa, que almorzamos hoy (foto). ¡Nada le cae mal! 

Sé que ya no puede leer y que ha olvidado muchas palabras, por lo que, en lugar de hablar, se dedica a observar con ojos neblinosos. Acabo de preguntarle, “mami, ¿qué estás leyendo en el periódico?”. “Puras tonterías”. Sabia y pícara. 

Le sigue dando temor ir en auto. Siempre. Quizás sea por el accidente de mi papi. Quizás nunca le gustó la velocidad. Puedo preguntarle, pero quizás no obtenga respuesta. Cada vez que la recojo de su casa, se agarra con las dos manos del respaldo delantero y veo que su rostro ajado y apacible, se tensa. También sé lo que estás pensando, amiguito: ¡no manejo mal! 

Sé que le gusta estar en su jardín. Preparaba compost, hace medio siglo, cuando ser eco friendly no era una moda. Ahora las plantas se están secando como ella. 

Todas mis amigas te recuerdan como una mujer firme, amena, conversadora nata. Pausada y firme -me repiten. Estricta. Mucho. Si no te respondo alguna pregunta formulada diez veces, me dices: “¿no me estás escuchando o te haces la tonta?” me da temor un jalón de mechas, así que te respondo al tiro por undécima vez. 

Qué suerte, mami, que no te has enterado de la nueva guerra entre israelíes y palestinos. Tú, que has vivido hartas guerras, pensarías que el mundo no ha aprendido nada. 

Qué suerte que no te das cuenta que nuestro sistema educativo hace agua por todas partes y, por ende, nuestro país se está yendo a la deriva. Tú, que luchaste siempre por una mejor educación, en los sectores menos favorecidos. Estoy segura que cambiaste la vida a muchas de tus alumnas. Sé que querrías seguir enseñando. Contra viento y marea. 

Sé que no te has dado cuenta que mi papi hace más de un año no se sienta a tu lado y no reniega por tus olvidos constantes. 

 Qué suerte la mía, mami, que nuestro nuevo libro del taller, salga de la imprenta en la semana de tu cumpleaños. Si ese no es un regalo divino, no sé qué es. Cómo quisiera que lo leas. Sé que te sentirías feliz y orgullosa de tu quinta hija. 

El telón caerá. También lo sé. Se acaban de ir tres madres de amigos. Eran más chiquillas que tú: no llegaban a los 90. Ingresaban y salían de hospitales -me comentan los hijos- porque la vejez, la salud y la madera no es igual en todos. Pienso que solo has ido una vez a la clínica, en los últimos diez o quince años, no recuerdo. 

Sé, también, que Dios es extremadamente bueno conmigo.

¡No te vayas nunca, mi eterna Miss Primavera! 

¡Felices 96!