Mario Arenas

Hace unos buenos años, un grupo grande de adolescentes que no sabía nada de la vida, ni de lo que el futuro les traería, se reunió en el patio del colegio para cantar y moquear con el himno de todas las despedidas escolares: "compañeros de miles de cosas y mil cosas para recordar, emprender el camino elegido, mirar adelante y nunca hacia atrás". No aspirábamos a mucho en ese entonces. La vida consistía en pasarla bien con los grupos que se iban formando y que se frecuentaban. Se divertían. Bailaban, fumaban harto. Al fin de algún año, podría haber un reencuentro al que asistirían como máximo unos veinte compañeros.

 Varios emigraron y dejaron regados su pasado, amigos incluidos. Marcharon en pos de sueños. Cumplieron con sus cuotas de amistad, a la distancia: no era posible venir por los benditos papeles. Años después, van y vienen tanto como pueden. Vienen para pasarla bien, como no se la pasa en nigún lugar del mundo. 

 Volviendo a la canción de marras: hace pocos días, desentonamos nuevamente en pleno altar, al terminar la Misa por el cumpleaños de mi promoción. 

 Ahora que todavía tenemos memoria, miremos hacia atrás, como no pide la tonada, y recordemos esa etapa de ensueño para muchos, de penurias para algún otro, de incertidumbre y de pequeños pasos. Años de mucha felicidad y de poca preocupación. ¿Se acuerdan? compartimos aulas y dos recreos por día. Compartimos loncheras de pan con mantequilla y azúcar. Nos pasamos plages. Hubo una bronca en mi aula entre dos compañeros y me quedé traumada. Por fin bailé en mi viaje de promoción, los únicos huaynos de mi vida. Hubo amor y desamor (el crush de los chibolos). Hubo muchas pero muchas fiestas a las que no asistí: era una pigmea que no toneaba y menos tomaba. 

 Hace unos días jugamos a los "SIETE PECADOS”, en el patio de nuestro cole: corrí como nunca. Eso, solo lo puedes lograr con tu gente y tu gente es esa que viste a diario, de kinder a púber. Esos chicos que conoces al revés y al derecho. No los frecuentas, pero sabes de qué pie cojean y qué los pone felices. Conoces muchos de sus secretos, uno que otro desvarío. Se las sabes todas o casi. 

 Al Señor se le ocurrió juntar a un grupo de chicos inteligentes, alegres, fiesteros, relajados, solidarios, bailarines y -sobretodo- buenos, y los puso en la séptima promoción de un pequeño colegio de Surco. Muchos nos quedamos toda la secundaria, a otros los mandaron hacia otros colegios, por conducta o por una mejor enseñanza: no los volvimos a ver.  Quizás no les interesa porque no la pasaron bien, por motivos diversos. 

Uno que otro apareció años después. Vieron fotos por Facebook y quedaron sorprendidos de la amistad y de la buena vibra. Empezaron a conectarse. Hicimos click nuevamente. 

 En nuestra última fiesta, hubo mucha alegría  y purita felicidad. Hartas risas que nos arrugan. Licor a discreción, aunque ahora ya no tomen tanto. Zapatos chatos en la cartera, para evitar tropiezos y achaques. ¿hablamos de tropiezos? solo el almuerzo que se sirvió a las seis de la tarde mientras mis amigos gritaban al unísono con buena leche y justa razón: ¡QUEREMOS COMER, QUEREMOS COMER! 

 Ojalá todos mis lectores tengan la suerte de estar en una promoción como la mía. Si eres de los que no se anima a juntarse, si eres de los que “agarraban de punto” y no congeniabas mucho, anímate a reencontrarte. Esta vez todo será diferente. 

 Este post va dedicado a Mario, que partió de este mundo a los doce años, nadita justo. A Paco, quien también se marchó sigiloso y callado, como era en vida. A Fico el chico más bubbly y risueño. A nuestro chatito, arrancado en esta pandemia maldita. A nuestra querida Cecy, la chica más dulce que podía existir. Y también para Jimmy, el último en partir de la SÉPTIMA PROMOCION.