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Mostrando entradas de julio, 2021

¡Felices 33!

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Escuché, sin querer queriendo, a mi consuerte conversando con mi querido suegrito, quien llamó compungido por un tropiezo que hemos tenido en nuestra vida feliz. Mi consuerte dijo "viejito, no te preocupes, por ahí nos hemos caído de bruces varias veces, pero la Senescienta y yo, nos levantamos y seguimos, no caminando, sino corriendo". De ahí lo escuché con su risa francota, que parece el sonido de un gallo siendo sacrificado y mi suegro terminó la conversación diciéndole: "oye, yo los llamaba para darles fuerzas, pero veo que están bastante tranquilos". Así han sido nuestros 33 años como pareja: un subibaja de emociones, en donde solo ha primado la alegría, la risa fuerte y la conversación baja, coordinando siempre nuestras vidas, o des-cordinando algo  (también nos pasa). Por "nuestra vida", me refiero a la de nosotros seis: cuatro hijos con cien problemas y mil goles, como un tremendo propulsor. Cuando me siento un poquito desubicada, cansa...

No hay quinto malo!

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Ayer, en mi taller de creación literaria, me mandaron a callar y a calmarme un poquito, ¿el motivo? sentir mucha felicidad como para los tiempos violentos y frenéticos que vivimos. ¿Por qué? porque tengo entre manos un hijito más, que no llevé en el vientre sino en el alma y en el cerebro: mi primer libro. Bueno, es mucho decir. No es mío solo sino de varios. En cada relato mis amigos han volcado vísceras y corazón. Cada línea está escrita con cariño, mucho respeto y timidez. Pensado, creado, tachado y vuelto a escribir a veinticinco manos. Creo que, de las mil bondades de mi taller, ese es el primer poroto ganado: somos un grupo en todo el sentido de la palabra. Un grupo compacto en el que no hay mala onda, cóleras y otras tonterías que abundan en nuestros lares limeños. Eso, desde ya, es un mérito y el artífice de ese logro es nuestro Profesor. Sin su tranquilidad, paciencia inquebrantable, buen humor y sapiencia nada de esto hubiese sido posible. ¡Profe, eres un trome! Aun cuan...

La mujer de mis pesadillas

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Llegué sudorosa, cansada y tensa. Mi cabeza revoloteaba y daba tumbos como el auto. Debe ser complicado sentirte nerviosa cuando solo tienes seis años, pero me encontraba así: ansiosa y aburrida luego de un traqueteo de más de cuatro horas en el carro antiguo e incómodo de mi padre. Por fin apareció ante mis ojos somnolientos y era tal cual la imaginaba. Lo que ninguna foto había conseguido captar era su elegancia decadente. Sentía que atravesaba el umbral del pasado. Quedé deslumbrada, más por la descripción que recordaba de mi abuela que por lo que tenía ante mi vista. La imaginación de un niño puede colorear fantásticamente cualquier paisaje gris. Sabía exactamente todo lo que encontraría: el único hotel con una pileta central rodeada de arcos y jardines con flores amarillas. No era el color sol de mediodía que mencionaba mi abuela sino solo el producto de lo secas que estaban. Mucha madera en las barandas y escaleras que olían a viejo y a apolillado, que me trasladaban de...

Mi niña Goyita

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Mi hija mayor parte de viaje. Hago mentalmente un paralelo con El viaje del niño Goyito, de Pardo y Aliaga. Siempre que se ejecutan muchos preparativos para una travesía, que involucre maletas y demás arreglos, recuerdo el cuento satírico que me hicieron leer en el colegio: Goyito, el “niño” cincuentón que parte desde Lima a Chile y para tan corta expedición, se organiza un sinnúmero de actividades previas: desde ir a ver qué tan segura era la embarcación hasta la confección de cientos de pantalones, delgados y gruesos para que el “niño” esté abrigado o ligero, de acuerdo a como soplasen los vientos. Me viene a la memoria la primera vez que mi primogénita viajó sola, bastante mocosita. Partió feliz y empoderada. Llevaba su carry on con tal seguridad, que parecía una flight attendant, viajera frecuente. Yo estaba con el corazón encogido pero, teniendo dos hijos más en casa, pensé que me pasaría la ansiedad y nerviosismo apenas regresase de llevarla al aeropuerto. No fue así: me sent...