Sin salsa no hay paraíso

...´pa gozar, ´pa gozar que me pongan salsa...

Con esa música pegajosa y linda, de El Gran Combo, que debemos haber bailado -mal- unas mil veces, fuimos por recomendación de mi hija (que parece haber nacido en Cuba, por lo lindo de su baile), resueltos y entusiasmados, a una de las tantas escuelas de salsa en Lima. De arranque: ¡la edad importa! somos los mayores, tenemos bailando juntos más años que la edad de algunos de esos profesores que bailan con tanta gracia, salero y saoco. 

Empezamos con el calentamiento 1-2-3, 5-6-7…recién me percato que no aprendí a contar nunca. ¡Qué complicado se me hace seguir el ritmo de este mocoso que parece haber nacido en una pista de baile! Suficiente! me calenté harto…pero de ira, porque no me salía nada. Felizmente la hora terminó cual rayo.

Siguiente clase, fui entusiasmadísima.  Mi esposo, ya había hecho su tarea bien y le salían todos los pasos 1-2-3,  5-6-7. ¿Y yo? biqueando. No importa con trica recién te botan de la U, pero como ésta es escuela, no pasa nada. Jaladísima! No sólo con el instructor-mocoso-bailarín sino con mi esposo que, para esa clase, ya me había perdido la poca paciencia que le queda después de criar a cuatro engendros. Me pregunta: “¿lo estás haciendo de broma, no?”, “claro” le digo, “para reírnos y relajarnos un poquito”. Lo cierto es que no solo sudaba todo mi enorme ser sino también mi cerebro, tratando de encajar ese 1-2-3  y 5-6-7 que, no sé si por zurda o por tener dos pies izquierdos, no me salía por nada de este mundo. Examen sustitutorio.

Juré no regresar más, porque de relax había pasado a ser una cámara de tortura, pero este diálogo me devuelve a la pista de baile, con nuevos bríos: “papi, como mi mami ya no quiere ir a las clases de salsa, voy contigo?” “no, porque yo quiero bailar  con ella”.