Hoy por mi, quizás mañana por ti


Me encuentro con una vecina que me detiene y pregunta “¿te pasa algo que ya no escribes? Me gusta que me envíes tus lecturas, aunque no te responda ninguna”.  El día anterior, un primo querido radicado en el país del sur, me pide que escriba sobre la discapacidad. Felicidad. Me sorprende y alegra: a veces necesitas un empujón. En mi caso, para salir del marasmo en el que me encuentro por la frustración y las pocas esperanzas en el corto plazo, con relación a mi quebrado país. 

Hace unos veinte años y veinte kilos menos, me sentía casi una atleta. Era ágil, rápida y ligera. Intentaba seguir el ritmo de mi consuerte, bastante deportista él. Un día de playa, jugando paletas, sentí un dolor agudísimo en la pantorilla. Como toda drama queen que se respete, caí de rodillas, llorando: “me han tirado un balazo”. “Uyuyuy”, pensó inmediatamente mi consuerte: “se rompió la pierna”. A los pocos minutos tenía un enjambre de personas alrededor. Fui el centro de atención en esa zona playera por mi tremendo llanto. Creo que ni al dar a luz a mis cuatro critters me había sentido tan adolorida. Rápidamente aparecieron una camilla y un doctor. Abrieron paso para llevarme a una posta médica cercana. Mis tres hijos, chiquillos entonces escucharon: “una vieja en la arena, se ha sacado la mugre”. Cuál sería su sorpresa cuando me vieron pasar llevada en andas…bueno...casi.

 El diagnóstico fue desgarro de gemelos. Cuando por fin se inmovilizó la pierna y dejé de sentir ese tremendo dolor que costó varias idas y vueltas por ER, caí en cuenta que no podía hacer nada por mí misma. Dependía de otras personas para todo: extraña y muy incómoda sensación esa de pedir ayuda hasta para ir a la ducha. Mi pierna parecía ser de fierro, se puso extremadamente dura y morada, desde el muslo hasta el tobillo. Un buen tiempo después por fin estaba apta para andar: ¿muletas o andador? A probar se ha dicho. Con las muletas tenía un andar totalmente descuajeringado y desprolijo: parecía un payaso con zancos altos, que recién inicia sus primeros pasos. ¡Todas las muletas me quedaban grandes! 
Recuerdo haber llegado en andador a la Universidad y oír a mis alumnos: “miss, se olvidó el televisor, jaja”. Era bastante aparatoso, pues era de mi papi, grande y antiguo. Intenté dramáticamente con una silla de ruedas y caí en cuenta que las calles no estaban -en ese entonces ni ahora- preparadas para albergar a personas con discapacidad. Veredas altísimas y bajadas mal construidas, casi suicidas. Calles sucísimas que no imagino cómo dejan las manos de las personas que deben impulsarse solas, al no tener quién los empuje. ¿Rampas? ¿Juattt, qué es eso? Me viene a la memoria el caso de un ciego que falleció al intentar cruzar un puente en Barranco, dejado a mitad de construcción y que -obviamente- ¡no tenía señalética! 
Volviendo a mi experiencia: intentar subir hacia los pisos donde me tocaban clases, me podía llevar la vida entera, hasta que tuvieron que cambiar a varios profesores y reasignarme aulas en el primer piso. Noté que no les hacía gracia, les salía la media sonrisita limeña de compromiso. Me bastaba.
¿Tiendas, bancos? Tierra de nadie. No tenían espacio suficiente para circular.

Además de esos “pequeños” detalles obtuve miradas de pena, lástima, fastidio o simplemente cero miradas. Fueron tres meses feos, en los que sentí en carne propia lo que significa ser una discapacitada -temporal- pero discapacitada al fin. 

No puedo imaginar lo que deben sentir las personas que nacieron así, las que ven sus vidas partidas en dos, casi literalmente, por algún accidente. ¿Qué sucede con los discapacitados que deben viajar en transporte público? ¿se detienen para recogerlos, los ayudan a subir o prefieren “no perder tanto tiempo?” ¿Qué sucede en los centros de trabajo? Primeramente: ¿son seleccionados cuando deben movilizarse en silla de ruedas? Nadie mejor que la gente discapacitada que tiene bastante desventaja, en todo aspecto, para saber recursearse y encontrar soluciones a problemas, grandes y pequeños: ¡son especialistas! 
Acabo de oír a una doctora en un Ted Talk. Cuenta que al ingresar a la sala de pacientes a conversar con el niño que debía operar, éste la recibió con un sonoro grito: “¿qué le pasa a mi doctora?, ¿qué es lo que tiene?” Intentó calmarlo y decirle con elogios que era el único que había notado que a ella le dolía la cabeza. Luego de una buena conversación, la silla de ruedas, llevando a la discapacitada doctora se volvieron invisibles. Ese es el primer paso: la forma de hablar del tema. Es muy importante. Esta misma ted talker cuenta cómo le incomoda cuando la intentan elogiar: “te ves bastante bien, elegante, fresca, regia…para estar en silla de ruedas... 

Los discapacitados tienen sueños, hobbies, hambre, ilusiones, ganas de viajar, de tener vida social, de tomar un trago en un bar. Tienen calor, igual que tú. Quizás debas añadir a la lista dolores severos, producto de operaciones quirúrgicas o producto de la misma postración. 
No los estigmatices, ni los categorices, no creas saber cómo es su vida, mejor es conversar abiertamente sobre el tema de la discapacidad para entenderla y ayudar. Educarnos, para de verdad incluirlos en todas las instancias sociales, educativas, laborales. Existen,  no afean tu panorama,  pueden ser tus mejores amigos y debes incluirlos en todos los planes. Recuerdo una conversación con un estudiante discapacitado: sus amigos lo obviaron en una fiesta playera, con el pretexto de que no había fácil acceso. Totalmente sentido, pensaba que lo hacían para no dar “mal aspecto al tono pues, miss…para que no parezca la Teletón”, bromeó. 
 Nadie está libre de un accidente, especialmente en nuestro tráfico infernal (en un mes, dos motocicletas me han chocado). Podrías ser uno de ellos, temporalmente como yo, y recién los empieces a visualizar. Transitan por las calles si pueden hacerlo. A otros les cuesta más salir y se deprimen, se entristecen porque ven su vida trunca y bastante más complicada, ¿qué tal si desde tu canchita haces algo cuando los veas? Ofréceles la mano, pregúntales si necesitan un empujón que los haga sentirse parte de esta sociedad tantito incivilizada e indolente en la que vivimos.

Comentarios

  1. Seamos siempre solidarios y empáticos. Gracias.

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  2. Me haces pensar en temas que no tengo mapeados. Te pasas de veras .Te lo agradezco.

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  3. Excelente tema nunca analizado o muy poco
    Efectivamente somos muy poco solidarios en este tema y en general en todos

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  4. Muy bueno. Conozco a un par de personas con discapacidad. Pasan las de Caín en nuestra ciudad.

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  5. Excelente post, nos hemos acostumbrado a los msn, tuits o publicar una frase inmortal que dura menos de 24 horas que volver a los blogs, es placentero cuando hay un artículo bien pensado y redactado.
    ¡Qué diferencia con España por ejemplo! Donde
    a veces, creo que ya se exceden.

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  6. Parece un problema latinoamericano, aquí en el DF sucede lo mismo. Mencionas el sur de tu país, entiendo que es chile. Nadie quiere ayudar a los que necesitan más ayuda. Grata lectura, Rox.

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  7. Ayudemos a concientizar a la población. Muy bueno.

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  8. Me encantó el tema! es cierto poca gente toma en cuenta la accesibilidad para los discapacitados , que fue el tema de la ponencia en Lima en 2014 y que afortunadamente a impactado al centro histórico Puebla con rampas y letreros en Braile y señales podolo'gicas , semáforos con sonido etc.

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  9. Buenas tardes, es cierto y lo triste 😢 es que no somos empáticos con los que más necesitan. No hablo de nuestro centro de trabajo. Éso por salud mental. Es difícil y terrible.
    Yo espero que algún día se convierta en un añorado libro.
    Gracias por compartir. Un saludo cordial.

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  10. Sí, hay que seguir creando consciencia. Finalmente, nadie sabe en qué momento se volverá una persona discapacitada, tempioral o permanentemente …aunque como ya lo sabemos muy bien , por experiencia con nuestros familiares u otros , no toma mucho pasar de la total autonomía a algún tipo de dependencia física …..Buen ejercicio de reflexión amiga, con tu característica alegria, autocrítica y sarcasmo… Adolfo

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