Postal incompleta

Estoy limpiando mi viejo celular que no admite una foto más y he retrocedido para caminar -mentalmente- hacia la Sagrada Familia, esa imponente e inconclusa Catedral en Barcelona y que es su principal atractivo. Llevábamos un buen trecho, largos treinta minutos a pie hasta que divisamos la punta de su torre más alta (casi 140 metros). Mientras nos acercábamos vi cómo se iba dibujando a lo lejos esa mole de hormigón, con torres de distinto tamaño (enlazadas en su interior como ramas de árbol). Ya en el lugar, quedamos anonadados con esas paredes que de tan perfectas no parecen talladas y que tiene en su frontis un Nacimiento a escala monumental. Próxima a cumplir 140 años desde el inicio de su construcción se planea ¡por fin! terminarla en junio del 2026, exactamente un siglo después de la muerte del genio catalán. Ese genio que no utilizaba muchos planos sino maquetas tridimensionales, que iba construyendo por partes, de manera intuitiva y variaba al momento, sus edificaciones. Ese genio que proyectó mentalmente esta maravilla que, en dimensiones, se parece a la Catedral de Colonia. 

Además de llamarme la atención la altura de sus torres y saberla eternamente incompleta, fue la muerte de su arquitecto lo que encendió mis alarmas: el famosísimo Antoni Gaudí, quien no fue su primer diseñador, hecho que desconocía. Gaudí era feliz rodeándose de gente pobre (cenaba todas las noches con el vigilante de la Iglesia y su esposa y fueron ellos los que notaron su ausencia el malhadado día del accidente); murió así también: en un pabellón de un hospital al que no iba la crema y nata de la sociedad catalana, sino rodeado de pobres. Vivió y murió frugalmente. 

Se han tejido mil conjeturas alrededor de la muerte del genio. Lo cierto es que fue arrollado por un tranvía y como no tenía documentos y su aspecto distaba de ser prolijo, lo tomaron por un indigente, por lo que nadie fue en su auxilio. He leído que recién el quinto taxi (uno adujo que acababa de tapizar su coche, otro preguntó cómo pagaría la carrera ese menesteroso) detenido casi a la fuerza por un guardia civil Ramón Pérez Vásquez (¿hermano de mi abuelo Noé Pérez Vásquez? ) fue posible conducirlo moribundo a un hospital. Aguantó los politraumatismos, hasta el 10 de junio, día en que sucumbió -ahora sí- en olor a multitud que ya se había enterado que el viejito que parecía mendigo y que, por su aspecto, nadie quiso ayudar, en horas quizás decisivas para salvarlo, resultó ser el famosísimo arquitecto, querido por toda la ciudad. 

Leyendas urbanas o no, lo cierto es que el arquitecto falleció, legando -entre otros- el parque Güell, la casa Battló, la casa Milá o la Pedrera y esa gran Sagrada Familia, a la que dedicó sus últimos cuarenta años de vida. Formas caprichosas (para mí, que no entiendo nada de arte), onduladas y enrevesadas que simulan movimiento, todas fantásticas y que me transportan a una ciudad inexistente, donde todo es alegría y color. 

Como no podía ser de otra manera, también hubo mucha controversia con la construcción, especialmente de Le Corbusier y la corriente Bauhaus, quienes, como buenos “agitadores culturales”, si cabe el término que encontré en Wiki, querían que quedase exactamente así: inconclusa. Lo cierto es que la Sagrada Familia se terminará y seguirá siendo la última morada de su hacedor: el inmortal Antoni Gaudí, cuyos restos descansan en su cripta. Mientras releo esto pienso que debo poner una foto de mi familia, también incompleta al momento de la instantánea.