La pequeña ladilla
“Una pequeña ladilla”, es lo que le responden cuando pregunta a sus hermanos mayores, por esos años mozos, que van desapareciendo de su mente (sí, ¡hasta en eso copia a su madre!)
Haciendo calistenia, rememora una buena tanda, por osar pararse cerca de la comisaría de San Bartolo, con su amiga Maya, y ponerse a conversar con unos cachaquitos. Durante los veranos infantiles, su madre le tenía prohibido caminar siquiera por las cercanías. No recuerda si esa animadversión, se debía al golpe militar ejecutado hacía poco o porque había oído historias siniestras, lo cierto es que debía evitarlos a toda costa. Apenas entró a la casa, la enana fue llevaba de las mechas a la ducha con la orden de regresarse a Lima, así sea en burro, por desobediente. Su madre siempre se hacía barra: “no pegues, pero cuando pegues, pega fuerte”.
Años después la pequeña ladilla y uno de sus hermanos se casarían y tendrían a sendos militares por suegros. Buenos como el Pan de la chola.
La impopular Chiquitosa fue una pigmea delgadita hasta que salió del colegio: metro cuarenta y cuarenta kilos, casi hasta ingresar a la universidad. Pero retrocedamos y hurguemos más.
En el nuevo colegio, en su primer día de clases, sucedieron dos hechos que la marcaron. La hacen formar, primera de la fila, claro está. “Atención, firmes, descanso”. Llega a la puerta de su aula e intenta ingresar. Es detenida por Miss Dora: “tú, niñita, te has equivocado de salón: kínder es al frente”. “¡No!”. Roja como un tomatito cherry, añadirá: “¡ya hice kínder el año pasado y pasé con estrellita a primer grado!”. El rojo de la sotana del Padre Felipe era palo rosa, al lado de su rostro compungido, frente a casi todo el patio.
Segundo recuerdo en el recreo: muchas ganas de explorarlo todo. Entra al baño que da al patio (¿por qué diantres el otro no estaba a la vista?) y piensa inmediatamente “qué moderno es mi nuevo cole. Qué caños tan lindos”, y procede a lavarse la mano, un tanto incomoda porque no le gusta que haya hombres alrededor. Al salir, la popular Mari, la señala con el dedo y con una risa burlona, en la que sobresalen unos tremendos dientes de conejo que, cincuenta años después sigue ostentando, dice: “jajaja, te metiste al baño de hombres, jajaja”. Burlas y risas del patio entero que ya se había enterado que la niña nueva se había lavado las manos donde los hombres hacen pis. Felizmente es tan chiquita que puede desaparecer de la vista de todos inmediatamente. Queda bastante aturdida y piensa no regresar más a ese colegio en el que la profesora no la deja ingresar a su aula y en el que el baño de mujeres… ¿dónde está?...
Tres recuerdos más al hilo:
Jugar en el recreo a “las embarazadas”, con su amiga Chío. Es posible, gracias al viento que infla sus faldas desde dentro y muestran un vuelo, casi vaporoso que ya hubiesen querido, para esas telas gruesas, duras, feas y plomas, del uniforme único escolar.
Un paseo a algún lugar lejano en el ómnibus escolar en el que, apenas llegados, los grandotes de su salón se separaron para jugar a la Botella borracha y a ella, por ser la más renacuaja, no le permiten siquiera el ingreso de observadora, con un rotundo: “no, chiquitosa, esto no es para niños”. “Pero, Jimmy, somos de la misma clase, déjame ver, pues”. Logra escabullirse por debajo de algunas piernas, en ese círculo compacto y divisa el preciso chape entre Quecha, de metro setenta, y Carlos. Qué tremenda impresión: fue casi como ver un acto sexual, frente a ella. (No la culpen: su padre, apenas aparecía una escena de besos en la TV, la mandaba a su cuarto con un rotundo “esto no es para niños”).
Su amiga “la brasileña”, la chica más linda y más platuda del cole, la invitaba a su casa por las tardes, a bañarse en su piscina. Se moría de hambre, pero solo le invitaban plátano de seda y un pan blanco gordo, sin sabor, que no había visto en sus nueve años de vida. “Te diré un secreto: soy diabética”. ¿Qué es eso? Tendría que volar a casa a preguntarle a su mami. ¿Moriría Raquel? No, Raquel sigue viva, regiota y tiene nada menos que un astillero con muchos yates y perritos de comercial.
Así fue pasando su infancia feliz y engreída. La menor de cinco tenía que, a punta de patadas en las canillas, hacerse oír con los grandotes de sus hermanos. Como buena asmática en tiempos en que no existían inhaladores, la engreían mucho. Así, podía agenciarse dulces especiales y muchas granadillas vedadas para sus hermanos, también muchos Watts (lo único a lo que no era alérgica). Mafaldas y Billiken, para sus tardes de lectura.
Todos sus deseos eran órdenes.
Su hermana mayor, la más chancona (sacaba puros veintes en la Universidad, a la que iba tirando dedo desde El Trigal) la llevaba una vez al mes a los mejores sitios a tomar helados en unas copas casi tan grandes como ella. Había ingresado a trabajar a la Merck Sharp & Dohme, para ayudar a pagarse los caprichos que no podían concederle en casa, desde que su padre se accidentó. Le gustaba vestir bien, perfumarse bien y maquillarse bien y en la Lima de los 70s no había cosas importadas por culpa del cachaco Velasco. Costaba un mundo conseguir todo lo que ella quería para estar a la par que sus amigas platudas de la Universidad de Lima, esa “cafetería, con universidad adentro” se burlaría la hermana hippie de la Católica.
Hablando de hippies, el otro hermano, había partido, tirando dedo, “por ahí cerquita”. Grande fue la sorpresa de la madre cuando en un viaje visitando a familiares en Rio, le dicen: “Blanca, te buscan”. “Imposible”, dijo la madre de la ladillita: “salvo que sea Roberto Carlos o Pelé, dudo que alguien me conozca en esta ciudad”, bromearía, antes de casi desplomarse al ver a su hijo Eduardito-el-hippie, más andrajoso y sucio que nunca, en la puerta de la apacible Morada do Sol, Rúa Santa Clara, urbanización clasemediera en Botafogo. Él demoró tres meses en llegar y su madre cinco horas.
Pasaron los años y había que pensar en la universidad de la ladillita. Ya sus cuatro hermanos mayores habían terminado o estaban por acabar sus carreras. Fue por esos azares del destino que en una conversación salió a colación “una nueva academia preuniversitaria: este es su primer ciclo y se han jalado a los mejores profesores de la Trener”, diría la tía Estelita a su madre. Con mucho esfuerzo la matricularon en la flamante Pre-Pacífico, en la que, si aprobabas todos los cursos, entrabas directamente a su Universidad. “¿Pe-pe-pero, qué carreras hay ahí?", preguntaba. No importaba, iría y estudiaría con su prima Vicky”, decidiría el futuro, su madre.
En una de las conversaciones semanales entre esas primas queridas, ahora con alzheimer y que, hasta en eso, han sido inseparables, comentarían también -por el maldito azar- sobre el modernísimo sistema de enviar las notas de la academia, hasta la casa, en sobre cerrado y, añadiría la madre de la chiquitosa: “¡usan el sistema americano, notas sobre diez!”. La tía Estelita hizo llorar a su madre… ¿o fue la ladillita?: “no, Blanquita, mi hija tiene quinces y dieciséis”. Ahora Vicky es dueña de medio Perú.
¡Fin de la academia!
Perentoria. “Solo sirves para los idiomas así que irás a esa carrera nueva de traducción.” “Pe-pe-pero ¡no me gusta!”, diría la pequeña ladilla y no sería escuchada.
Apenas ingresó a la universidad, al “arca de Noé”, dirían sus sesudos hermanos, empezó a engordar y crecer, casi mágicamente. Ella jura que llegó al metro sesenta, aunque el centímetro la haya desmentido siempre. Creció, se sintió popular y alguito cuerpona. Al menos, no necesitaba más rellenar el brassiere con medias.
Salidas a las mejores discotecas de entonces: Up & Down, Medi, Biz Pix, Reflejos (que luego se convertiría en “Ruflejos” y no volvió más).
La rutina de algunos fines de semana con sus amigos, “los árabes” o “los arquitectos” (aunque solo hiciesen maquetitas en los talleres I y II de Juvenal Baracco), era: ir a la Granja o a Dasso, y regresar por las discotecas, a algún pub, como el Casablanca o al estacionamiento exterior del Pollón, extraño point. Obviamente, nada de eso sabían sus padres, pues no le preguntaban, solo le daban permiso hasta las 11. Tiempo después, consiguió salvoconducto familiar hasta la medianoche. Lamentablemente, pusieron de perro cancerbero a Fernando, el hermano más celoso que le pudo tocar en suerte, para quien todos sus pretendientes eran “fumones”. Indefectiblemente, la madre la esperaría detrás de la puerta para darle una tanda porque siempre se pasaba de hora. Su insensato diablo interior le aconsejaba que, si iba a ser castigada, debía ser con ganas.
Fue en una de esas discotecas en la que, al voltear la mirada, recién llegada, matadora con su chompita rosada y su jean de flores, divisó, parado y con polo, a un mocoso simpaticón. Ella, agrandada y envalentonada con el metro sesenta con harto taco, jamás se hubiese fijado en un chiquillo que parecía colegial.
Ese mocoso faltoso, que se creía bacán, se acercó demasiado. No se separaron más…tuvieron varios hijos, aun cuando les faltaba madurez y plata, pero, ésa, es otra historia.
Desde que te conozco has sido igual de engreída, de ladilla, de graciosa y de buena.
ResponderEliminarNunca cambies queridísima chiquitos a.
Me encantó.. Excelente descripción de una linda persona, la chiquitosa, a quien quiero mucho y considero mi hermana de corazón. Haz traído a mi mente grandes y lindos recuerdos. Gracias por existir.. Tqm
ResponderEliminarMi chiqui, linda por dentro y por fuera. Estás segura lo del metro 60???jiji. Te mando todo mi cariño. Me has hecho recordar épocas sanas, alegres y felices.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe he muerto de risa. Q buenas épocas. Q lindo escribes.
ResponderEliminarMe encantó Bochi!!! al leer me imaginaba toooodo. Que lindos recuerdos, lo máximo amix y bendiciones por siempre y cariños a tu narizón
ResponderEliminarQué lindo relato!!!! Qué tiempos tan bonitos me has hecho recordar! Gracias a estos recuerdos empiezo el día feliz. Lo máximo!!!!
ResponderEliminarQué buena manera de transmitir todo! Lindo y divertidisimo.
ResponderEliminarJi ji... qué divertida narrativa!!
ResponderEliminarQue bonita narrativa, imagino quién es la Chiquitosa o escuincla como decimos aquí;)
ResponderEliminarBellas y graciosas anécdotas. Gracias por compartir. Bien por ellos que vivieron esa etapa.
ResponderEliminarUn saludo cordial y un afectuoso abrazo virtual para todos por casa.