Acritud(relato)

Ayer fui a comer anticuchos, recién bajada del avión. Moría por ese sabor potente, bastante aderezado de la carne tierna, jugosa y suave que solo Doña Agripina, mi antigua casera del mercado de Barranco, podía lograr. Con manos mágicas, llenas de surcos por donde discurrían lentamente los aderezos, la veía siempre llegar a golpe de 5 de la tarde y armar, con un medido ritual parsimonioso, todos sus aparejos. Las bancas, desde las que se me clavaron innumerables astillas, iban a los dos costados. El carrito anticuchero en el medio y ella al frente, apoltronada en su silla de reina, como dueña y señora de los mejores anticuchos de Lima. Lástima que a esa silla le asomasen unos resortes, parecidos a su cabellera ensortijada y dura. Lástima, también, que estuviese tan desvencijada como ella. Como quiera que siempre me he comido a todo el mundo con preguntas de cualquier tipo, también lo hacía con ella, quien, con la poca paciencia que le quedaba luego de criar a seis hijos y ocho nietos, intentaba contestarme entre comensal y comensal. Cuando se aburría de que ocupase un lugar en sus escasos asientos, indefectiblemente, me botaba diciendo: “oye, niñita, te está llamando tu abuela, ¿no la has escuchado?” Nunca pude oírla: mi abuela no vivía por ahí, pero había mentido a doña Agripina para que me dejase estar más tiempo sentada con ella, hasta casi entrada la noche, en ese sitio donde “matan, roban y asesinan” según sus propias palabras. Eso, solo podía agrandar mi curiosidad. Sé que nadie me llamaba pues había salido de casa diciendo que iría a estudiar donde Erica, sin embargo, muchas veces me desvié del camino, para recalar donde la anticuchera. Solo quería acompañar a doña Agripina y verla encender esos fuegos que podían llegar casi hasta el cielo. Ésa era una imagen recurrente: pensar que el fuego llegaba tan alto, que pudiese quemar a algún ángel. Ahí sí que la botarían -pensaba- así como cada vez que llegaban los de la Municipalidad por ella. “Ya vienen a joder, ¿te das cuenta?”, decía apenas los veía asomar por la otra cuadra. “Deberías contarle eso a tu papá, en lugar de preguntar tanta tontería. Seguro él tiene conexiones y ayuda a que no me boten de esta esquina. He estado cuarenta años. ¡De acá solo saldré con los pies por delante!” Imaginaba de niña esa extraña forma de caminar, pero no logré entender la frase hasta varios años después. “Todos los borrachines de la playa terminan por aquí. Los que suben al cerro, también. La otra vez me llevaron todos los anticuchos que tenía. Marinados, listitos para la parrilla. La señora que se los llevó, me dejó todas las papas y choclos. Le daba desconfianza el agua en que los había hervido, decía. ¡Qué tonta, esa agua hirviente quema hasta los pecados!” Se carcajeó sola, y yo solo me concentraba en los dos dientes de conejo, que ella no tenía. “Igual me pagó todo. Haría una parrillada en su casa y quería sorprender a sus invitados con mis anticuchos. ¡Qué cojuda, no sabe que todas sus amigas hacen lo mismo! Me regresé con las mismas a mi casa y les di de comer hasta a los vecinos el choclo desgranado mezclado con la papita picada, con sus salsitas de ají, la verde y la amarilla, esas que no te gustan. Por eso no me encontraste esa tarde pues, niñita. Ya llegan estos adefesieros. Tú, quédate calladita nomás”. Les alcanzó un billete de diez soles y se marcharon rápidamente por donde vinieron. Pensaba que estaban comprando anticuchos y los recogerían después, sin embargo, no la sentí feliz por vender cinco palos al momento. Solo me daría cuenta de esos delincuentes uniformados, cuando otros, con el mismo uniforme, se acercasen años después, a una edificación que estaba construyendo mi esposo, pidiendo llegar a “un arreglito de seguridad para todos”. Pobre señora Agripina, ¡cuánta plata habrá perdido! Cada vez que iba donde ella, quería ayudarla a ensartar los trozos de corazón en los palitos o irlos untando con esa mezcla olorosa, mientras “descansaban” en la parrilla. Me explicó que llevaba ají panca, sal y aceite y que debía ir “refrescando” a cada momento los anticuchos, para que sean jugositos y no se sequen como ella. Más risas. No me dejaba tocar nada. “Después vas a oler todita y ni bañándote todos los días se irá el olor y luego vendrán tus papás a botarme a escobazos”. He recordado todo esto, mientras busco a doña Agripina, que de tanto dinero que ganó vendiendo anticuchos, su hijo “el más avispado para la plata”, le puso un local en pleno corazón de Miraflores. Cada vez que la veía en su flamante local, la sentía triste. Sé que añoraba su puesto de la calle barranquina. Sé que se sentía más en su ambiente, aunque nunca me dijese nada. Me atendía con mucho cariño cada vez que regresaba de visita al país y comentaba a mis hijos, que yo era muy preguntona y que no la dejaba en paz. Todos reían y le decían: “si, señora, mi mami sigue igualita. Nos pregunta hasta los pensamientos”. Más risas. Esta noche no hay nada de eso. Ninguna señal de Agripina. Nadie me da razón de ella. Los jóvenes venezolanos que atienden, llevan poco tiempo trabajando ahí, aseguran. Quiero creer que Agripina está descansando en su casa, “allá en el cerro, señorita”, señalaba con su dedo arrugado y teñido por el ají panca, pero estoy segura que el Covid vino por ella.

Comentarios

  1. Que bonita historia Roxi hecha con tus recuerdos de inocente niña. Quiera Dios que todavía Agripina esté con salud y sino es así Dios la tenga en su Gloria.

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  2. Entrañable relato de todas nuestras visitas a alguna anticuchera.

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  3. No me digas que se murió Agripina porque lloro.

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  4. Parte de los pasados en los barrios de Lima. Pensé que vivías en Surco amiga.

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  5. Acritud, espero que el final de Agripina no haya sido agrio.
    ¡Excelente! Me canso de preguntar, el libro para cuando.

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  6. Los, detalles del cocinero: "refrescalo", ahora que por la pandemia me he vuelto todo un chef, entiendo cosas y admiro a luchadoras como Agripina. Que linda historia Senescienta.

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  7. Los, detalles del cocinero: "refrescalo", ahora que por la pandemia me he vuelto todo un chef, entiendo cosas y admiro a luchadoras como Agripina. Que linda historia Senescienta.

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  8. Qué pena!! Ojalá se haya retirado!!!

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  9. Llega el aroma delicioso hasta acá!! Mataría por un palo de anticucho de doña Agripina.

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  10. Bonita historia de la vida. Siempre insisto, "ya debe empezar a diagramar el libro. Es cierto, todos tenemos una historia para contar. Usted tiene ese arte de contar y escribir, narrar lo vivido.
    Un saludo cordial y un afectuoso abrazo virtual. Por favor 🙏 a cuidarse mucho.

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  11. Qué hermoso relato! Esos son recuerdos de la niñez que se quedan clavados en la memoria. Agripina es un ejemplo de muchas mujeres peruanas que luchan arduamente para sacar adelante a sus familias. Dondequiera que esté, fue una inspiración para ti y muchas otras personas. Lindo homenaje!!

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  12. Ay sí que me antojaste!¡ Ojalá te equivoques y senté bien!

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