Siberia (cuento corto)

 

Me habían hablado mucho de la Siberia, desde Lima, apenas se enteraron que me mandarían para allá: oscura por tantos árboles enormes y frondosos; poseían una forma peculiar de comunicarse con el viento que, cada que los atravesaba, producía silbidos extraños, profundos -se diría guturales- lo más parecidos a lamentos de ánimas. Con lluvias que arrecian en segundos y que asemejan a las famosas duchas españolas que siempre mencionan los gringos. Es el lugar más frío que puedas imaginar, como si anduvieses dentro de un congelador, con la sensación que mil cuchillos hincan todo tu cuerpo; ese frío que cala huesos y carnes,  que te produce dolor en las articulaciones y hace que se pongan tan rígidas, que no te permite movilizar bien.  Así, es difícil mover las mandíbulas para emitir sonidos y precisamente, de eso se aprovechan ellos.

El ingeniero Filomeno me llamó a primera hora: “Te voy a dar un par de indicaciones, ¿ok? Debes caminar un par de kilómetros, cuesta abajo, por la trocha que conduce al Círculo. Ten cuidado: deambula uno que otro terruco disperso que usualmente descansa donde Joaquín, o sea que no te desvíes ni para mear.  Tu casa es la blanca con techo de dos aguas color marrón, sobre tu mano izquierda.  La última de esa fila: piña compadrito, te tocó al fondo.

No anuncies tu llegada hablando, cantando o silbando, ¿ok? no hagas mucho ruido pues alguna columna senderista pequeña,  de esas que andan perdidas y que aprovechan el susto de todos para sus desmanes, podría haber bajado también, en busca de provisiones. Ten en cuenta que ellos no van por la trocha sino por la parte de atrás, siempre andan por la tercera fila de los árboles. Si tienes la pésima suerte de cruzarte con ellos, recuerda tocar el timbre del primer poste de madera, que está pasando el Círculo, ese que anuncia el peligro y lueguito, la muerte. Seguramente, después de un siglo, llegará la patrulla con un par de cachaquitos medio famélicos y con cara de susto, tanto así que te provoca arroparlos. Pero en ese lapso podrían haberte ya liquidado e inmediatamente dinamitado. Entonces solo encontrarán tus restos desperdigados y adosados a las piedras, como los tres últimos ingenieros que llegaron bien limeñitos ellos, todos habladores y confiados. No los llegué a ver pero todos decían que habían enlucido la pared con ellos. Siempre bromistas son los terrucos. Los dejaron en la curva, cerca de la catarata.

Nadie recordará que estuviste ahí o lo qué te sucedió, solo tu viudita que seguro se meterá con otro ingeniero, porque así son: no saben andar solas.

Ingresarás a la casa, llena de miasmas que corrompen todo a su paso: paredes, muebles viejos y señoriales; pisos de madera que suenan sin que andes sobre ellos. Todo está cubierto de  esa pátina con su olor característico, que luego le vas a sentir a todos tus alimentos, por lo que te adelgazarás un poco. Tu mujer, segurito va a pensar, cuando bajes de días libres, que es porque la extrañas pero nosotros sabemos que no es eso: todita la comida te sabrá a metal por lo  menos un par de meses.

  Enciende la calefacción, en todos los dormitorios y también prende la cocina. Pon la olla más grande y llénala de agua y hojas de eucalipto, te ayuda en la altura, tu casa se transforma en una sauna. Las siete frazadas no te servirán para calentarte, te incomodarán porque sentirás una opresión en el cuerpo. Yo nunca me pude tapar con ellas porque olían a muertito, y eso que estaban selladas de la lavandería. Tuve que comprar toditas nuevas.

No bajes al sótano, no necesitas hacer nada ahí.  Solo hay dos dormitorios con camas tendidas y veladores que eran de los sirvientes y un baño que huele siempre a azufre.  Échale pestillo y olvídate de ese lugar.

Ojalá concilies un poco el sueño. Si lo logras,  la niñita te dará la bienvenida a golpe de tres. Lleva puesto un camisón crema, se  sentará a los pies de tu cama y tú seguro que recordarás a tus hijitas, por lo que te incorporarás e intentarás acercarte. Conforme caminas hacia ella,  el espacio crecerá y así avances y avances, estirando cuanto puedas tus brazos, no  lograrás llegar. La primera vez, yo me molesté mucho y empecé a requintar a la chibola esa.

 No hay más de cuatro metros en ese cuarto, pero nunca llegarás. El viento más helado del que tengas memoria, golpeará tu cuerpo y la primera noche pensarás que olvidaste cerrar la ventana. Al acercarte a la pared, ella se habrá marchado, para volver a visitarte al día siguiente y así, seguirá con su rutina de años, tantos como los que tengo  bajando al socavón.

Suerte, ingeniero”.

Comentarios

  1. Me quedo esperando más!

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno! Escribe más cuentos.

    ResponderEliminar
  3. Bueno tu cuento porque me he trasladado a ese lugar que parece frío, inhóspito, lúgubre, dónde es Senescienta?

    ResponderEliminar
  4. Me capturó desde el principio!!!!! Me imaginé aspectos e incluso olores! Bravo! 👏👏👏👏👏

    ResponderEliminar
  5. Estuve en Siberia. Solo de pasadita. Es así. Lo transmitiste muy bien.

    ResponderEliminar
  6. Se lo estoy enviando a un amigo ingeniero. Está en una mina, para que no vuelva a dormir tranquilo, jiji.

    ResponderEliminar
  7. Hay que estar bien crazy para escribir así!!!!!

    ResponderEliminar
  8. Es cierto lo que escribes??, En qué mina????

    ResponderEliminar
  9. Te atrapa, te lleva de la mano y eres parte de ese diálogo con muchas recomendaciones.

    ResponderEliminar
  10. La narración escrita me gustó e hizo que mi mente imagine y recuerde lugares. Buena, sigue así. Adelante!!!!

    ResponderEliminar
  11. Wow, hiciste volar mi imaginacion , me gustó.👏

    ResponderEliminar
  12. Yo espero ver y leer todo esto en un libro. Verdad es que admiro a las personas que tienen ésa capacidad de transmitir. Usted lo tiene. No sé diga más, espero el libro para comprar un ejemplar. Un saludo cordial y un afectuoso abrazo virtual. Por favor 🙏 a cuidarse mucho.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Silla ocupada

SEÑORAS DE LAS CUATRO DÉCADAS

No te vayas mamá