Prohibido olvidar
He
empezado a escribir mi primer cuento, relato, novela, no sé cómo llamarlo pues no puedo predecir por dónde
irá la historia, quiénes ingresarán y quiénes quedarán rezagados al no tener
mucho que decir, quizás porque tuvieron
vidas tan insípidas que el lápiz se rehúsa a perder el tiempo con
ellos.
Las
Naciones Unidas en estos tiempos hablan de patrimonio inmaterial, referido
básicamente a lo que tenemos dentro de nosotros, a lo que hemos leído, vivido,
a lo que aprehendimos a lo largo de nuestra vida y que nos servirá para
trascender, para repercutir en alguien, iluminar a nuestro alrededor y lograr
significar algo; sea el estado civil, económico o social que tengamos, tratemos
de dejar una huella, así sea talla 35 como la mía.
Apenas
empecé a escribir, aparecieron algunos recuerdos vagos de mi niñez.
Recuerdo
largas caminatas por unos cerros de la playa San Bartolo. Íbamos en fila india,
mis hermanos, primos y yo, bajo el inclemente sol. Recuerdo haber sentido pavor por una lagartija que a
mis escasos seis años, me parecía un cocodrilo. Mi hermano con gran destreza le
cortó la cola y me dijo “inmediatamente le crecerá otra”. Pues ahí me tenían,
frente al frasco de vidrio con tapa donde la colocamos con piedras y arena, esperando que le crezca la
cola. Recuerdo haberme aburrido lo indecible esperando ver brotar, crecer o asomar
la dichosa cola que, hasta que el pobre reptil murió, nunca sucedió.
Recuerdo
un dibujo que hicieron las chicas grandotas de mi salón, con las que ahora soy
muy amiga. Eran chicas muy altas que me intimidaban un poco, pues yo les llegaba casi por las rodillas. Me
dibujaron señalando cada una de mis imperfecciones físicas, hecho que no me
divirtió nada. ¿Se consideraría ahora bullying?
No lo sé pero no me afectó mucho, porque cuando el espejo reflejaba una cosa
desagradable a mi vista, ahí estaba mi
mami para pintarme otra realidad, en la que yo era alta, bonita y bien formada.
Recuerdo
una paliza de padre y señor mío estando en la playa. Mis padres siempre fueron
muy recelosos con los uniformados, más en pleno gobierno militar en el que las
leyendas urbanas imperaban. Las ironías de la vida hicieron que dos de sus
consuegros fuesen militares, excelentes personas, que lograron hacerlos tirar por la borda casi toda su
animadversión. Pues, mi madre ubicua, nos había visto conversando, a mi amiga
Maya y a mí, en la puerta de la Comisaría del balneario, lugar totalmente
vedado, al punto que siempre me repetía: “antes de llegar a la altura de los
policías, cruzas la pista, para que no pases cerca de ellos”.
Cuando
llegué, me esperaba al fondo de la casa y me dio unos buenos palmazos,
amenazándome con mandarme de regreso a Lima. Lloré una semana entera, lo que
hizo que me abastezca de tantos chocolates, regalos de mis hermanos mayores, que me mandaron a la cama por un ataque
de asma severísimo. Mi madre siempre me repetía: “el chocolate es veneno para
ti”, por lo que no estoy muy segura de lo que buscaba con la empanzada que me di. Obviamente, tacañísima
como era, les dejaba chupar, no morder,
un poquito de mis dulces a mis hermanos. Ponía mi dedo en la punta del
chocolate, de manera que nadie osase morder, aun con el riesgo que me arrancasen el dedo.
Hablando
de mis hermanos, siempre tuve que estar sentada sobre un balde con tapa amarilla, que
había preparado como alcancía pues los chanchitos comunes de cerámica se
llenaban muy rápido. Cumplía cualquier labor en casa, a cambio de dinero: traer
el periódico de la puerta, alcanzarles los Condoritos, Archies, Mafaldas o Billiken,
secar el servicio, tender sus camas, etc., así que llenaba alcancía tras alcancía, por lo
que tuve que agenciarme ese balde, que reventaba de monedas. Era mi preciado
tesoro. ¡Qué Banco Central de Reserva, yo tenía las divisas para todo el país!
Mis hermanos siempre me pedían prestado para ir a jugar al taco y yo, como
comprenderán, no estaba dispuesta a ceder un inti (¿o nuevo sol?), por lo que
debía dormir con mi alcancía y llevarla
conmigo a cuestas, porque ellos me habían amenazado con vaciarla por tacaña, al
menor descuido. A raíz de todos esos pleitos domésticos, mi mami, decidió abrirme
una cuenta de ahorros. Libreta, del tamaño de casi un cuaderno con la que iba
todas las semanas, aunque sea a depositar centavos, cosa que al principio
resultaba gracioso a las guapísimas cajeras del Banco Hipotecario del Perú,
hasta que se aburrieron de verme por sus
oficinas y tener que tipear cada centavo que abonaba. Yo veía cómo se iban
llenando las líneas con los montos y fechas y, lo mejor de todo: mi dinero
estaba a buen recaudo de mis hermanos mayores, quienes no podrían cometer todas
las fechorías con las que me habían amenazado.
Recuerdo
también mi Primera Comunión, con una túnica que no parecía blanca sino crema,
pues había sido utilizada por mis cuatro hermanos mayores. No dormí pensando
que el Padre Felipe no me dejaría comulgar y me retiraría de la enorme cola,
porque no tenía el blanco puro que se estilaba, en alma, pensamientos y
vestimenta.
A los
siete años, me compraron una bicicleta que debía durarme hasta grande, por lo
que para subirme necesitaba una escalera. Me había vestido de punta en blanco
para el estreno y me colgué en la presilla del pantalón, un llavero en forma de
cofre, rojo y dorado, que me habían regalado. Pues bien, había tomado bastante
impulso y, por la emoción, empecé a pedalear velozmente por lo que, al doblar en
una esquina (iba por la vereda) terminé empotrada contra el muro verde de una
casa. No sentí tanto dolor, pero al ver mi cofrecito totalmente aplanado, lloré
como una magdalena. Varios vecinos salieron en mi auxilio y, escoltándome hasta
mi casa, depositaron mis restos y los de mi bicicleta en el jardín. No monté
por un buen tiempo, por lo que exigí la compra de patines.
También
fue otra incursión deportiva fallida, desde el arranque. Fuimos con mi eterna amiga/hermana Rocío,
a una bajada pronunciada (que en realidad no era más que la rampa de acceso del
supermercado). Quedaba a 7 cuadras de mi casa, por lo que, obviamente, fui a
escondidas. A la primera “bajadita” mi amiga se dio tal estampada en un muro
que se quedó pegada a él como en los dibujos animados. Pensé que nunca le crecería
el busto que era lo que nos quitaba el sueño, tanto así que nos rellenábamos
los formadores con medias. No se espanten, apuesto que más de una hizo algo así
de chiquillas.
Hablando
del físico: veía a varias chicas de mi salón muy lindas, a mí me parecían modelos,
con cuerpos con forma de guitarras. Pues eso mismo quería yo que parecía una
tabla de planchar, por lo que supliqué a mi madre que con su máquina de coser
Singer, ajustase toda mi ropa. No había forma, LO QUE NO NACE, NO CRECE.
Les
recomiendo que ahora, con algo de tiempo libre producto de nuestro
encierro, cuenten a alguien, escriban o graben algunas de sus memorias, antes
que el paso inexorable del tiempo, las borre.
Me has hecho reír Bochita! Y si, son lindos los recuerdos de infancia, son todo un tesoro.
ResponderEliminarAmanecí en off, pero ya no puedo. Me animaré contando tantos recuerdos.
ResponderEliminarLas casas de Vista Alegre, fuimos vecinos.
ResponderEliminarImborrables recuerdos con tus padres y hermanos. Linda infancia.
EliminarQue lindos recuerdos. Épocas que marcaron historia y las tienes vivas. Seré la amiga que se estampó en la pared?
ResponderEliminarQ buena memoria Bochi! de lo q recuerdo con esas alcancías gigantes, una en forma de Batman, si mal no recuerdo, hacías correr asustando a tus mascotas preciosas q tenías en esa época jajjaja un abrazo 🌹
ResponderEliminarMe río sola en la cama. Mi pareja piensa que estoy tronada.
ResponderEliminarLindo leerte.
Es un mate de risa leerte. Te alucino en todos los percances. A mi también me pasaron cosas trágica entonces, pero muy simples a esta edad. Te felicito por el lapiz, lo usas muy bien.
ResponderEliminarNunca olvidaré ese día que me torne morada del golpe y del dolor. Y llegué a casa y mi mami me grito y castigo. Otras épocas. Hoy pienso que si mi hijo hubiese sufrido un golpe así hubiese corrido a la clínica para sus pruebas y encima yo hubiese llorado en su lugar. Otro chip hermana del alma
ResponderEliminarQuerida amiga ! Me gusto!! San Bartolo. Me acorde de la caminada q nos dimos hasta quemarnos ... te acuerdas?? Subiendo y bajando esos arenales... no eramos niñas ya estabamos en la U. Abrazoooo
ResponderEliminarEs una bella historia. Es verdad, puede convertirse en una novela. Por tanto yo estoy a favor de que así sea.
ResponderEliminarGracias 😀 por compartir.
Es enriquecedor recordar tantos lindos momentos vividos. Genial!
ResponderEliminarMe relaja y entretiene mucho leerte amiga, la, diferencia entre alguien que escribe y quizás el resto de mortales es el valor que le dan a cada uno de sus recuerdos y vivencias... Publica ese cuento, nos encarntará leerte...
ResponderEliminarJajaja para variar me encanto. Al leerte imaginaba todas tus travesías en mi mente y recordaba también mis aventuras de chiquititud. Besotes
ResponderEliminarHe tenido una fuerte regresion ee todas mis aventuras infantiles muy bueno por cierto jajaja
ResponderEliminarAy Roxana, me hiciste reír mucho, que lindos y divertidos recuerdos... continúa por favor. 😂
ResponderEliminarBello, me regresé a esos tiempos, gracias por ello
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