Mujeres en escaparate

Ámsterdam, bellísima ciudad, rodeada de canales y flores, con  una antigüedad  de la que se precia pues, ha conservado cada rincón con su estructura original, de manera que se vea armónica y elegante. También es la ciudad de las bicicletas, que todo el mundo utiliza para movilizarse, ésto convierte a los lugareños en gente muy saludable. Se puede ver a ancianos pedaleando bastante rápido. Es la ciudad donde venden marihuana, como quien va a la bodega a comprar pan. Todo esto  es la ciudad por fuera. Por dentro veo la degradación humana en uno de sus lados más extremos:  prostitución, no clandestina sino todo lo contrario,  a  vista y paciencia de todo el mundo, con carnet sanitario, eso sí. 

Varias personas me decían antes de este viaje que, además de ir a la casa de Ana Frank y al museo Rijks y ver las obras de Van Gogh y Rembrandt, no podía irme de la ciudad sin visitar  el famosísimo Barrio Rojo. Fui con curiosidad un poquito morbosa a presenciar, caminando en cualquiera de sus angostas calles, algo deprimente y degradante por la violencia visual: chicas puestas en escaparate (me viene a la memoria la frase de nuestro ex Cardenal Cipriani) menudas de ropa, atrayendo a  los osados parroquianos que paguen por  placer. Observando las vitrinas  rojas, con luces, cortinas y paredes rojas, no dejo de pensar en mis hijas y en el mundo de oportunidades que tienen en sus vidas y -en contraste- la falta de oportunidades que estas chicas y no-tan-chicas (las hay sesentonas) de los cubículos de este extraño lugar, han tenido en sus, de seguro, difíciles vidas.

 Invento las "historias" de muchas de ellas: migrantes de todos lados (muchas latinas, que me duelen más, asiáticas o de Europa del Este), quienes dejaron patrias y familias, en pos de una vida mejor, quizás para mandar las remesas que alimenten a sus padres, hijos o hermanos. Se encuentran de bruces con una ciudad antigua, fría, quizás algunos mafiosos se les acercan, ofreciéndoles  el oro y el moro y ellas, con o sin mucha ilusión en sus vidas, entran a este sub mundo del que difícilmente saldrán. Pienso en lo frío del invierno en estos Países Bajos y muero de pena, sabiendo que estas mujeres igual seguirán atrayendo al público y para eso, deben exponerse casi desnudas, los 365 días del año, con ese inimaginable frío, o con calor extremo. Imagino que al mandar el dinero a sus familias y al contactarse con los suyos (casi todas están dentro de las vitrinas, celular en mano), muchas mentirán, contando historias que no se las creen, pero que, quizás, sus familiares, sí.

 Como madre he sentido pena infinita por ellas, he tenido tanta lástima que hasta me olvidé de tener celos porque mi esposo viese mujeres en lencería. 

No puedo decir 

I ❤️ ÁMSTERDAM (tal como se lee, bien grandote, en el aeropuerto Schiphol). No puedo querer una ciudad, por  linda que sea, que trate así a sus mujeres. Sorry, pero no. 

Comentarios

  1. Es cierto. Por eso siempre he dicho que no se puede juzgar por apariencias. Nadie sabe lo de nadie. Prefiero pensar en el ser humano que está frente a mí y no en la que supuestamente se vende. No debo juzgar, solo comprender.

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